Historia del amor
Ya sea de manera genuina o por mera mercadotecnia, nuestra época da mucha importancia a una celebración como San Valentín. El hecho de que antes no se hiciese, obedece simplemente a los cambios que el paso del tiempo provoca aún en la expresión de las emociones más universales, tal como en el caso del amor.
La historia también se ha ocupado de investigar otros tópicos que por mucho tiempo se encontraron fuera de “los grandes temas”.
La historia política y los grandes acontecimientos dejaron de ser los hijos predilectos de Clío para dar paso a estudios de aspectos mucho más mundanos y propios de la gente de a pie. Historias del miedo, de la noche, de la familia, de la vida cotidiana, entre otros, se abrieron espacio entre las vitrinas de los libros de historia dedicados a las guerras, a los jefes de estado o a los reyes.
En este sentido, el amor de pareja no podía pasar desapercibido en la nueva ola de investigaciones de índole cultural y social. Si lo pensamos detenidamente, es difícil tratar de entender cómo amaron en el pasado desde el momento en que apenas podemos definir algo tan abstracto y polifacético como el amor.
Pero a la vez, pensándolo bien, difícilmente podemos encontrar sentimiento más humano y universal, lo que nos permite empatizar incluso con quienes lo experimentaron y ya no están. Lo interesante de todo esto es que la manera de experimentar, vivir y expresar el amor es eminentemente histórica y cultural, es decir, ha cambiado con el paso del tiempo y depende mucho de los márgenes que las religiones o los marcos económico-jurídicos permiten.
Así por ejemplo, el amor y la sexualidad durante la época prehispánica eran signos de vitalidad, aun cuando fueron determinados por la moral dictada por la espiritualidad.
Ambos aspectos estaban destinados a la procreación, la cual -en el caso mexica- se insertaba en todo un conjunto de rituales fijados por el calendario, pero eso no impedía que fueran motivo de inspiración artística y se compusieran cantos eróticos para disfrute de la población más joven.
Bajo el crisol del cristianismo, la época novohispana fue testigo de expresiones de amor más institucionalizadas. Me explico. Bajo la lógica cristiana, el amor de pareja solo podía tener espacio dentro del matrimonio, mientras que quien no deseara emprender el camino de ser esposa o esposo, podía acceder a la vida consagrada con el lógico voto de castidad perpetuo -aunque no siempre cumplido- dentro del estado clerical o religioso.
Quien tomara el estado del matrimonio sabía que también hacía votos perpetuos, solo disueltos por la muerte o por alguna causa de fuerza mayor que implicara la disolución del sacramento. La infidelidad era un pecado grave (adulterio), que mancillaba el honor de manera irrevocable, especialmente para las mujeres.
Aspectos como la clase social o el nivel económico de los contrayentes eran sumamente importantes en la medida que permitían redes de parentesco convenientes para las familias involucradas. En este tenor, difícilmente podemos encontrar casos en los que se expresara la libre voluntad de los enamorados, ya que los prejuicios sociales y los marcos culturales dejaban de lado la consolidación de matrimonios eminentemente por amor.
Por su parte, el desamor o el amor malogrado o acabado, ha dejado numerosos testimonios que nos permiten ver que, para nuestros antepasados, el rompimiento del lazo amoroso era igual de doloroso y peligroso como en el presente.
Archivos judiciales relatan actos que hoy calificaríamos de “crímenes pasionales”, realizados en la vehemencia de un ataque de celos o del descubrimiento de una infidelidad.
Los matrimonios por conveniencia orillaban a muchos a buscar fuera de los límites del lecho conyugal, el amor y la pasión que se les había arrebatado gracias a un matrimonio arreglado, mientras que la bigamia, el abandono de la pareja o incluso la violencia intrafamiliar, eran fenómenos bastante comunes.
Continuará…